La Industria Deportiva y su significación económico-social

La industria deportiva tiene un peso significativo en la economía de la mayor parte de los países y su influencia alcanza a muchas otras industrias y también al ámbito político y cultural. Las raíces de la configuración de esta industria y del deporte como campo conceptual general hay que buscarlas a lo largo de la historia pasada y reciente.

Evolucionando desde sus representaciones mitológicas y ritológicas en las sociedades arcaicas, el mundo del deporte adquirió gran protagonismo en la Antigua Grecia. Su espacio en la sociedad se extendía tanto en el ámbito del espectáculo como en el formativo o el del bienestar físico, de una manera que refleja un importante paralelismo, mutatis mutandis, con la que ocupa en la sociedad hiperdesarrollada de nuestros días.

En los siglos posteriores el interés por el deporte fue declinando a todos los niveles – salvo por algunas manifestaciones minoritarias que exceden el interés de este artículo -, hasta que durante el siglo XIX, primero vinculado con el mundo militar y después con la alta sociedad, el deporte vuelve a incrementar progresivamente su importancia social.

El gran desarrollo llega en el siglo XX, en el que su importancia económico-social crece de manera paulatina en todos los ámbitos hasta explosionar en las últimas décadas. En los tres últimos decenios del siglo el crecimiento es exponencial, especialmente en su manifestación como elemento de ocio pasivo, y a lo largo del siglo XXI la tendencia de crecimiento no se detiene, desarrollándose con especial fuerza su configuración como ocio activo.

En este artículo se han identificados tres ámbitos diferenciados en la Industria Deportiva que, a pesar de estar interconectados, serán analizados de manera independiente por sus características singulares: i) el “Deporte espectáculo”, ii) el “Deporte competitivo de base” y iii) el “Deporte como elemento de ocio activo”, o “Deporte-salud”.

 

1.- El Deporte espectáculo.

Las manifestaciones deportivas ocupan en la actualidad el primer lugar entre los elementos de ocio pasivo de los ciudadanos de la mayor parte de los países, desplazando al resto de actividades culturales. Cada país tiene sus preferencias, que varían desde las ligas profesionales de Fútbol Americano, Baloncesto, Baseball o Hockey en Norteamérica, hasta el Cricket en India, pasando en la mayor parte de los territorios por el Fútbol, que es sin duda la manifestación deportiva más universal en términos de espectáculo.

Tenemos ejemplos en países de todos los continentes de soportes de comunicación en televisión, prensa o radio, que se dedican de manera exclusiva al deporte, y también es habitual la obtención de grandes audiencias en los eventos deportivos que se emiten en medios de comunicación generalistas[1]. Pero la presencia del deporte en medios de comunicación no es patrimonio exclusivo de los medios tradicionales. El deporte se está adaptando perfectamente a la evolución en el consumo de medios de la población y también tiene una importantísima influencia en medios jóvenes como Internet, y en concreto en las redes sociales, el último fenómeno en términos de congregación de audiencias.

El vinculo sentimental de los aficionados con sus equipos deportivos es tan grande que sin duda supera la frontera de la alienación. En palabras del principal directivo de uno de los principales clubes de fútbol a nivel mundial: “según nuestros estudios, la posibilidad de que un aficionado cambie de equipo de fútbol favorito es inferior a la posibilidad de que cambie de mujer[2], a que cambie de casa, e incluso a que cambie de religión”. Queda bastante claro.

Por otro lado, el deporte en los campeonatos por selecciones nacionales también tiene la capacidad de exaltar los sentimientos de orgullo y pertenencia a una nación. Es por tanto un arma poderosa en manos de los gobiernos, y por ello son importantes las cantidades de dinero público que se destinan a intentar obtener resultados internacionales destacados, con mayor o menor éxito.

Es precisamente el uso de dinero público el que nos permite realizar una primera diferenciación dentro del propio Deporte espectáculo: por un lado nos encontramos con el “Deporte profesional”, capaz de autofinanciarse – con mayor o menor éxito – como otras industrias en el ámbito del ocio, y por otro lado nos encontramos con el territorio del “Deporte subvencionado”, en el que el deporte sólo puede desarrollarse gracias al tratamiento económico preferente que se le da por parte de los estados, asimilándolo con otros sectores estratégicos e imprescindibles para el desarrollo del país y de la sociedad.

Con las recientes crisis económicas en gran parte de los países desarrollados las administraciones públicas están reduciendo sus aportaciones al deporte espectáculo subvencionado, dando prioridad a otras partidas, y como consecuencia están apareciendo tensiones por parte de los receptores de ayudas, que en muchas ocasiones llegan a los medios de comunicación por la relevancia social que tienen los deportistas o equipos afectados.

En ocasiones la frontera del deporte profesional y el deporte subvencionado es difusa, ya que pueden convivir en las mismas competiciones y campeonatos entidades que sobreviven sin necesidad de ayudas públicas con otras tremendamente dependientes de las aportaciones de manera directa o indirecta de la administración, generalmente en su nivel local. En estos casos hay argumentos para hablar de una competición deportiva que no cumple los requisitos de homogeneidad desde un punto de vista estructural, ya que los aspectos económicos tienen evidente influencia directa en el nivel deportivo (captación de talento), y de infraestructuras y servicios de las entidades.

En cualquier caso y salvo excepciones puntuales, la tendencia de llegada de dinero público al deporte es decreciente, por lo que se están fomentando en entidades deportivas de todo tipo nuevas prácticas de gestión para la obtención de ingresos adicionales, generalmente exprimiendo la explotación comercial de todos los activos disponibles de la entidad, principalmente los relacionados con su imagen pública y la relación afectivo-emocional por parte de los seguidores. El éxito y la posibilidad de que esta vía sea utilizada masivamente de manera efectiva tiene todavía que probarse cierta.

Por otro lado, dada su gran relevancia social, la conquista de puestos clave en el mundo del deporte (directivos de clubes, organismos reguladores, etc.) es ampliamente codiciada, lo que conlleva todo tipo de acciones en los límites de la legalidad y la ética para conseguir acceder a ellos aprovechando unas normativas de acceso en ocasiones poco transparentes y no suficientemente claras. Los palcos de los principales estadios deportivos son grandes núcleos de poder donde se llevan a cabo todo tipo de relaciones de alto nivel y en ellos son frecuentes representantes de las grandes corporaciones y de las distintas administraciones públicas, confundiéndose en ocasiones los intereses públicos con los privados.

La propia gestión empresarial de las entidades deportivas es también manifiestamente mejorable en una gran parte de casos, especialmente en aquellas entidades en las que se realiza una gestión personalista por parte de un presidente y una cúpula directiva que priorizan maximizar sus intereses personales frente a los de la entidad en su etapa de gobierno, que saben de antemano acotada temporalmente, aunque este escenario es variable dependiendo de las normativas en cada país y deporte. En cualquier caso, la carencia de transparencia en los elementos de la gestión y los aspectos económico-financieros suele ser una constante en este tipo de entidades.

Como aspectos socialmente positivos del deporte espectáculo, aparte de ser un subsector económico que genera un importante número de puestos de trabajo (De manera no limitativa: Deportistas profesionales, Técnicos, Representantes de deportistas, Árbitros y jueces, Directivos y empleados de clubes, Industrias auxiliares: fisioterapia, medicina, etc., Personal de federaciones y ligas profesionales, Medios de comunicación deportivos, Profesionales de Marketing deportivo, etc.), realiza una importante contribución a las cifras de PIB de las naciones y en ocasiones puede además generar un atractivo turístico y una positiva repercusión internacional de la ciudad o del país.

Más discutible es su contribución como elemento de ocio pasivo a la población. Hay argumentos tanto para defender el estado de júbilo y bienestar emocional que provoca en los ciudadanos, como para criticar su efecto de canibalización de otras manifestaciones culturales. No nos posicionaremos en esto por entrar en la esfera de las afinidades personales y subjetivas.

Directamente sí que son criticables, sin embargo, las manifestaciones de violencia que en ocasiones se presencian en los estadios deportivos y alrededores, y los valores que puede llegar a transmitir el deporte de élite llevado al extremo: “vencer de cualquier manera”, “poco respeto por el adversario”, “idealización extrema de las grandes figuras”, etc. En el lado opuesto, también son frecuentes las reconfortantes manifestaciones de “fair play”, en unos deportes más que en otros.

Si nos circunscribimos a la esfera individual de los propios deportistas que forman parte del deporte espectáculo, también podemos encontrar ciertas características particulares que los diferencian de los trabajadores de otras industrias. Por un lado, estos deportistas, aún aceptando que son los verdaderos y últimos protagonistas del espectáculo que generan, tienen en ocasiones salarios desproporcionados[3].

Por otro lado, los desequilibrios en los deportistas profesionales también se manifiestan en otros aspectos muy diversos. En primer lugar, tan sólo un porcentaje muy pequeño de los deportistas que intentan ser profesionales tienen éxito, la mayor parte se quedan por el camino y muchos sacrifican en ello unos años fundamentales en el desarrollo personal e intelectual (o académico y profesional, como se prefiera). En segundo lugar, el deportista de élite triunfador se acostumbra a un éxito social y económico durante su carrera que luego le resulta tremendamente complicado mantener tras la retirada, a una edad que de media no llega a la mitad de su esperanza de vida, con las consiguientes dificultades en su reubicación en otras actividades profesionales y en encontrar una significación vital estable que le satisfaga en la segunda mitad de su vida.

Finalmente, son muy grandes las tentaciones del dopaje y del uso abusivo de la medicina deportiva para aumentar el rendimiento físico en el corto plazo (algo que en ocasiones parte de la iniciativa del propio deportista y en muchas otras ocasiones de su entorno y de los otros profesionales que se benefician de su rendimiento, como técnicos, médicos deportivos y managers o representantes), implicando potenciales efectos negativos sobre la salud en el medio y largo plazo. En definitiva, no todo es un camino de rosas para el deportista profesional.

 

2.- El Deporte competitivo de base.

Las competiciones deportivas no siempre tienen el objetivo principal de representar un espectáculo o elemento de ocio pasivo para los espectadores, en muchas ocasiones su finalidad principal consiste en satisfacer la demanda de práctica deportiva, competitiva y regulada, por parte de los propios participantes.

Es en este escenario en el que nos encontramos con el “deporte competitivo de base”, en el que podemos encontrarnos con participantes de todos los grupos de edad, pero con incidencia decreciente a medida que avanza la propia edad de los mismos. De esta manera el término “base” lo utilizaremos haciendo referencia al nivel deportivo y de destreza técnica de los practicantes para contraponerlo al término “élite”, vinculado al deporte espectáculo analizado en el epígrafe anterior.

Como primera división que nos permite categorizar esta práctica deportiva podemos diferenciar entre el deporte competitivo de base “en edades de promoción” y el deporte competitivo de base “en edades adultas”. El punto de corte podemos situarlo aproximativamente en la edad de finalización de los estudios universitarios o de la categoría sub-23, habitual en numerosos deportes, aunque es cierto que en muchas ocasiones existen deportistas de élite con edades inferiores a ese punto de corte.

El deporte competitivo de base en edades de promoción no sigue el mismo esquema organizativo en todos los países. En algunos países, generalmente de origen anglosajón, la práctica deportiva competitiva se organiza principalmente a través del sistema educativo (“Junior High School”, “High School” y “University” o “College”, típicamente), mientras que en otros países son las federaciones deportivas – financiadas principalmente, salvo excepciones, a través de dinero público – las que tutelan el conglomerado organizativo necesario para la práctica deportiva competitiva regulada. En realidad lo normal es que convivan ambos ámbitos organizativos, pero en todos los casos uno es el predominante y el otro ocupa un papel simbólico y prácticamente residual.

Ambas opciones organizativas tienen aspectos positivos y negativos, por lo que es imposible calibrar de manera absoluta y objetiva la idoneidad de una u otra. Mientras que la organización a través del sistema educativo favorece la práctica competitiva deportiva de manera simultánea a la académica, y en ocasiones se producen sinergias entre ambas, cuando es el sistema federativo el que impera se favorece la continuidad de los deportistas en la práctica deportiva una vez terminada su etapa formativa.

En cualquiera de ambos modelos, y esto es aún más relevante en los países con una gran superficie territorial, las competiciones se celebran exclusivamente a nivel regional hasta determinadas edades, y a partir de una categoría, que no siempre es la misma en cada país y deporte, tienen también lugar campeonatos nacionales. Los que destaquen en estos campeonatos formarán parte de la élite, que estará más o menos profesionalizada en función del deporte que se trate.

Hay que tener también en cuenta la necesidad imprescindible de organismos superiores que organicen, tutelen y regulen el sistema competitivo, imprescindibles para este tipo de práctica deportiva, al contrario de la que analizaremos en el siguiente epígrafe.

Como beneficios sociales directos de este tipo de práctica deportiva competitiva nos encontramos con la generación de determinados puestos de trabajo, que pueden ser a tiempo completo o parcial, y con carácter temporal o permanente. Por ejemplo, nos encontramos con las profesiones de entrenadores y monitores de clubes deportivos, profesionales de la educación física en los centros educativos, árbitros y jueces de las competiciones, personal federativo, etc.

En el ámbito individual de los propios deportistas los efectos que suelen predominar son los positivos, aunque en algún caso puede aparecer algún factor negativo asociado a la práctica deportiva competitiva de base. En primer lugar, parece demostrado desde tiempos inmemoriales que el deporte en edades formativas es un gran elemento para favorecer la formación integral del individuo, y contribuye a asentar en la personalidad determinados valores deseables como el esfuerzo, la disciplina, la superación, etc. La competición en sí puede incidir positivamente en estos valores, siempre que la competitividad no sea extrema y la obsesión por la victoria no canibalice el resto de efectos.

Además, practicar deporte competitivo en edades de promoción es una alternativa de ocio que puede desplazar o compensar otras alternativas de diversión mucho menos saludables en esas edades, y puede contribuir a intensificar las relaciones sociales con compañeros que compartan las actitudes positivas que desencadena la práctica deportiva.

De manera negativa, a medida que el deportista va adquiriendo un mayor nivel deportivo y se va acercando a la élite se van incrementando las tentaciones del uso de dopaje o el abuso de la medicina deportiva, y los riesgos de un exceso de focalización del deportista en la competición, dejando de lado estudios y otras actividades intelectuales que también son imprescindibles en la formación de los individuos. En ocasiones pueden ser incluso los progenitores los que les empujen a ello, en un afán por tener un “campeón deportivo” en casa, con todo lo que eso implica.

 

3.- El Deporte como elemento de ocio activo o Deporte-salud.

Podemos encontrar de manera documentada los orígenes del deporte-salud en la Antigua Grecia, aunque hay autores que se atreven a situarlos aún más allá[4]. Las virtudes de una práctica deportiva moderada vinculada a la salud y al bienestar fueron defendidas por pensadores como Platón o Aristóteles, que se situaron en un punto medio frente a las posturas extremas de otros autores, como Píndaro o Eurípides.

Píndaro de Tebas, junto con los poetas de la isla de Ceos, Simónides y Baquílides, fueron los grandes impulsores del género poético del “epinicio”, un canto entonado por un coro para celebrar la victoria de un atleta en una competición deportiva. Para estos autores el atleta es el hombre ideal, que encarna todas las virtudes físicas y actitudinales, y glorifica con su triunfo a los miembros de su comunidad.
En contraposición podemos encontrar el pensamiento del poeta Eurípides, prácticamente contemporáneo de los anteriores. Para Eurípides: “De los innumerables males que hay en Grecia, ninguno es peor que la raza de los atletas. En primer lugar, estos ni aprenden a vivir bien ni podrían hacerlo, pues ¿cómo un hombre esclavo de sus mandíbulas y víctima de su vientre puede obtener riqueza superior a la de su padre?. Y tampoco son capaces de soportar la pobreza ni remar en el mar de la fortuna, pues al no estar habituados a las buenas costumbres difícilmente cambian en las dificultades. Radiantes en su juventud, van de un lado para otro como si fueran adornos de la ciudad, pero cuando se abate sobre ellos la amarga vejez, desaparecen como mantos raídos que han perdido el pelo. Y censuro también la costumbre de los griegos, que se reúnen para contemplarlos y rendir honor a sus placeres inútiles […]. Sería preciso, mejor, coronar con guirnaldas a los hombres sabios y buenos y a quien conduce a la ciudad de la mejor manera siendo hombre prudente y justo, y a quien con sus palabras aleja las acciones perniciosas, suprimiendo luchas y revueltas. Tales cosas, en efecto, son beneficiosas para la ciudad y para todos los griegos” (Autólico, fragmento 282). No parece necesario añadir nada, se puede estar o no de acuerdo pero se entiende bastante bien un par de milenios y medio después.

Finalmente, nos encontramos con el punto medio propugnado por, entre otros, filósofos de la talla de Platón y Aristóteles. Para ellos, según recogen en sus respectivas obras, “La República” y “La Política”, la actividad física debe ocupar un lugar fundamental en la formación de los individuos ya que genera beneficios en términos de salud, de belleza de cuerpo y alma, y contribuye a alcanzar el estado ideal del individuo en búsqueda permanente de la “areté” o excelencia. Platón y Aristóteles consideran que los individuos deben de seguir practicando deporte a lo largo de toda la vida, incluso en la vejez, pero su recomendación se centra en la práctica con fines educativos y en términos de salud mientras critican enérgicamente el deporte de competición y en particular el régimen de vida de los atletas, que consideran insano para el cuerpo y además inútil para las necesidades de la ciudad.

Haciendo un salto milenario hasta la actualidad, el deporte-salud, o deporte como elemento de ocio activo, ha experimentado un crecimiento exponencial en las últimas décadas, acentuándose incluso a partir del cambio de siglo. Cada vez un mayor número de ciudadanos de todas las edades incorporan la práctica deportiva sin fines competitivos en sus actividades habituales.

Como no podía ser de otra manera en la etapa del capitalismo en la que nos encontramos, estos nuevos hábitos de ocio también han sido acompañados de nuevos hábitos de consumo, por un lado de “servicios deportivos” y por otro lado de “productos deportivos”.

El consumo de servicios se ha canalizado principalmente mediante el desarrollo de la supervisión remunerada por parte de entrenadores personales, de las suscripciones a los centros de fitness, de los alquileres esporádicos de espacios deportivos públicos o privados, de la realización de actividades en la naturaleza de variado tipo y condición, y de la inscripción en eventos deportivos participativos multitudinarios en los que la competición pasa a un segundo plano. Se trata de un sector fragmentado, sin por el momento grandes dominadores globales y en constante evolución, en el que además se entrecruzan las conexiones con otras industrias relacionadas con el “culto al cuerpo” tan en boga en nuestros días, desde las relacionadas con la estética hasta las relacionadas con la suplementación médico-química, realizada de manera excesiva y en un gran número de casos sin el necesario control por parte de los profesionales adecuados.

Por otro lado, en el consumo de productos para la práctica deportiva sí que podemos constatar la presencia de una importante concentración a nivel global y la aparición de empresas de capital potenciado[5], principalmente las dos grandes insignias en el mundo del deporte, Nike y Adidas, con facturaciones respectivas de 24,1 y 19,6 billones de dólares en el año 2012, y un poder suficiente para dirigir las pautas de innovación en la industria o crear tendencias de consumo mediante la utilización comercial de las grandes figuras deportivas, por no hablar de otras implicaciones cuestionables como las condiciones laborales del personal encargado de la fabricación de sus productos, de manera no diferente a la que se observa en otras empresas de este mismo sector y de tantos otros en esta etapa del capitalismo industrial que estamos viviendo.

Teniendo todo esto presente, es necesario reseñar que el deporte como elemento de ocio activo por parte de la población presenta evidentes efectos positivos. La mejora de la salud y el bienestar físico y mental son sólo algunos de los efectos que pueden experimentar los ciudadanos con una práctica deportiva moderada realizada de manera constante, que les permite además compensar los efectos de la estabulación propia de la mayor parte de los puestos de trabajo del siglo XXI, especialmente en las grandes ciudades, y las cada vez mayores jornadas laborales medias en la mayoría de las industrias.

Por otro lado, también existen algunos efectos negativos o descompensaciones que será necesario monitorizar de cerca, de manera general, y especialmente en algunos casos particulares. Desde las obsesiones patológicas con la práctica deportiva (vigorexia, etc.), hasta su realización de una manera no voluntaria sino motivada por la supremacía de unas “modas de conducta” que alienan al individuo. Y con carácter colectivo también se empiezan a observar conflictos y desajustes en la creciente utilización de espacios públicos para la realización de eventos participativos privados, que interrumpen las actividades de otros ciudadanos no interesados en los mismos, y cuyos permisos de utilización de la infraestructura y medios públicos suelen ser otorgados de manera discrecional y no transparente por parte de las diferentes administraciones.

Una vez analizados los efectos sociales positivos y negativos que tiene la práctica deportiva con carácter no competitivo, la pregunta que podemos formularnos es la siguiente: ¿qué le lleva realmente a un individuo a realizar deporte y actividad física?. La respuesta la podemos plantear apoyándonos en la jerarquía de necesidades propugnada tiempo ha por Abraham Maslow[6], avanzando desde los niveles superiores a los inferiores de la escala piramidal que desarrolló. En primer lugar los individuos que deciden dedicar parte de su tiempo de ocio al deporte suelen tener de manera habitual el resto de necesidades vitales cubiertas y un excedente de energía, tiempo y dinero que deciden canalizar a través de la actividad física con un objetivo de “autorrealización”. En segundo lugar, la práctica deportiva y el consumo de productos y servicios deportivos se ha convertido en los últimos tiempos en una moda que permite a los individuos satisfacer determinadas necesidades de “apariencia”. Y finalmente, la práctica deportiva permite desarrollar determinadas relaciones sociales y formar parte de grupos de individuos con intereses similares, cumpliendo de esta manera una necesidad de “pertenencia”. Más discutible es la satisfacción de necesidades “fisiológicas” – situadas en la base de la pirámide jerárquica – a través de la práctica deportiva, aunque pueden existir argumentos para llegar a considerarlo así.

Con todos estos ingredientes podemos constatar la importancia económico-social de la industria deportiva en la actualidad y el papel creciente que está jugando en la sociedad durante las últimas décadas.

 

[1] Sirva como ejemplo el caso de España, en el que 18 de las 20 emisiones más vistas en la historia de la TV han sido de eventos deportivos, llegando a alcanzar en ocasiones cifras de cuota de pantalla espectaculares, como el 90,3% que obtuvo el gol de España en la final de la Copa Mundial de la FIFA en Suráfrica el 11 de julio de 2010 a las 22:57.

[2] A pesar de que la brecha entre sexos se está reduciendo a un ritmo importante, el deporte como elemento de ocio pasivo, especialmente en el caso del fútbol, sigue siendo a día de hoy eminentemente masculino.

[3] Sirva como ejemplo el sueldo del futbolista Lionel Messi. Su salario de 21 millones de dólares anuales es un 64.285% superior al salario medio anual en España (32.616 dólares), país en el que reside, y un 138.934% superior al salario medio de un compatriota argentino (15.104 dólares).

[4] Existen estudios de diversos autores sobre la práctica físico-deportiva en la Antigua China, en el Antiguo Egipto y en la Antigua Persia.

[5] Véase: Levín, P. (1997). El Capital Tecnológico. Ed. Catálogos. Buenos Aires, capítulo 3.

[6] Véase: Maslow, A. (1954). Motivation and personality. Harper. New York.

Federaciones deportivas españolas y deportistas de élite: El día a día de una difícil convivencia.

La complicada relación entre las federaciones deportivas españolas y sus principales deportistas continúa ofreciendo nuevos episodios.

El entendimiento entre las grandes figuras del deporte español y las federaciones que tutelan sus respectivos deportes nunca ha sido fácil, pero en las últimas fechas hemos asistido a diversos conflictos que profundizan aún más en este problema.

La importancia económica del ámbito federativo en el deporte es relevante: las 61 federaciones deportivas españolas existentes en la actualidad generaron un volumen de ingresos superior a los doscientos noventa millones de euros en el año 2014, según datos del Consejo Superior de Deportes, a lo que habría que sumar las cifras correspondientes a las federaciones autonómicas, con las que las federaciones españolas mantienen una especial relación de tutelaje y coordinación.

Más relevante aún es la capacidad de las grandes estrellas del deporte para generar ingresos. Bien sean estos por su rendimiento deportivo o a través de la gestión de su imagen. Una lista encabezada en el año 2014 en lo que se refiere a deportistas españoles por Rafael Nadal, situado en el noveno puesto entre los deportistas mejor pagados del mundo según el Ranking anual de la revista Forbes.

En fechas recientes nos hemos vuelto a encontrar con ejemplos de tensiones y choques entre las federaciones deportivas y los deportistas de élite: Carolina Marín, actual número 1 mundial de Bádminton, ha pedido directamente la dimisión del presidente de su federación. En este mismo deporte, el reciente vencedor en los Juegos Europeos de Baku, Pablo Abián, celebraba su triunfo criticando a la federación por la poca ayuda prestada. En el fútbol femenino, las integrantes de la selección española regresaban de Canadá tras su primera participación en un Mundial pidiendo la dimisión del seleccionador del equipo nacional, amigo personal del presidente de la federación. En el mundo de la Vela, el retraso en los pagos de las becas a los deportistas ha desembocado junto con otros motivos en una moción de censura – fallida – contra el presidente de la federación. Por último, el propio Rafael Nadal y los principales jugadores de tenis españoles llevan semanas pidiendo la dimisión del presidente de su federación, algo que finalmente ha ocurrido, pero el conflicto subyacente no parece todavía finalizado.

Para entender estos conflictos es importante analizar en primer lugar el peso que tienen los deportistas en el gobierno y la gestión de sus federaciones. A pesar de ser con diferencia el colectivo con mayor número de integrantes, la cifra de miembros en las Asambleas Generales federativas que pertenecen al estamento de deportistas está fijada en un porcentaje del 25% al 40%, según Orden Ministerial. El resto de miembros han de pertenecer a los otros estamentos: clubes deportivos, técnicos y jueces o árbitros, principalmente. Además, los presidentes de las federaciones autonómicas también forman parte de la Asamblea General, por lo que es habitual que la cifra final de miembros que forman parte del colectivo de los deportistas ronde el 20% o incluso en ocasiones no llegue a esa cifra.

La importancia de la Asamblea General en el gobierno y la gestión estratégica de las federaciones es clave, ya que es el órgano encargado de la aprobación de los presupuestos, del calendario deportivo, de la modificación de Estatutos y de la elección del Presidente de la federación.

En paralelo, es necesario tener en cuenta también la diversidad dentro del propio colectivo de deportistas. Los objetivos e intereses de las grandes figuras del deporte poco tienen que ver con las de los deportistas aficionados y de base, que representan el grueso de las licencias, pero ambos grupos confluyen en el mismo colectivo.

Finalmente, es necesario reflexionar sobre lo que aportan los deportistas de élite a la federación y lo que reciben de ella. Rafael Nadal comentaba recientemente que los principales tenistas no necesitan a la federación española, ya que sus principales ingresos se generan en un circuito ajeno, y sin embargo la federación sí que les necesita a ellos para obtener sus principales acuerdos de patrocinio, citando concretamente el caso de una empresa de seguros. Carolina Marín, por su parte, considera que la federación está lastrando su búsqueda de patrocinadores personales, en un conflicto sobre la gestión de derechos de imagen que lleva vivo desde poco después de la coronación de la deportista como campeona del mundo de su especialidad.

En cualquier caso, tanto deportistas como federaciones se enfrentan a un entorno complicado con grandes retos para el futuro: la reducción de ayudas públicas (las subvenciones ordinarias del Consejo Superior de Deportes han visto reducido su importe un 43,8% desde el año 2011 hasta el 2014, mientras que las ayudas del Plan Ado han decrecido un 26,6%), el incremento de la práctica deportiva canalizada a través de actividades no federadas, y el estancamiento de los importes destinados a patrocinio deportivo por parte de las empresas de sectores que están sufriendo la crisis con dureza.

Para hacer frente a retos de este calado parece sin duda conveniente que federaciones y deportistas de élite abandonen su diferencias, colaboren y avancen de la mano. En estas circunstancias, la importancia del Consejo Superior de Deportes ha de ser clave como organismo mediador y pacificador cuando conflictos puntuales hagan su aparición.